La presente
sólo pretende ser una aportación al debate en torno a la cruz de Olarizu y la
propuesta que el Ayuntamiento ha trasladado al Concejo de Mendiola, entendiendo
que habrá otros puntos de vista y que entre tod@s habremos de tomar una
decisión con el mayor consenso posible.
¿Qué fue antes,
el huevo o la gallina? Digo esto porque a mi juicio este tema está viciado de
origen. ¿Tenemos que hablar de una propuesta en torno a una placa y un mensaje
o tenemos que decidir en torno a la existencia de un monumento franquista? En
este tema, como en tantos otros, se ningunea a un Concejo, en este caso el de
Mendiola, ya que en ningún momento se reconoce que dicho monumento se encuentra
en terrenos concejiles, y que antes de hablar de placas hay que hablar de qué
quiere hacer el Concejo de Mendiola con el susodicho. Es la práctica habitual
de las administraciones públicas “importantes”
(Ayuntamiento, Diputación, Gobierno Vasco…), la de obviar los derechos que nos
corresponden como Concejo. Es muy significativo que en el informe técnico
encargado por el Ayuntamiento sobre los vestigios de la dictadura franquista se
hable de propiedad privada cuando se trata del escudo que existe en la
catedral nueva o en la subdelegación del gobierno (calle Olaguibel) y no se
mencione para nada al propietario –Concejo de Mendiola- cuando se habla de la
cruz de Olarizu. Insisto: antes de hablar de una placa hay que hablar de la
existencia misma de dicha construcción.
En cualquier caso
me permito algunas aportaciones en cuanto a la propuesta concreta del texto que
–repito- para mí no es lo más
importante, pero puestos a la faena….
Creo que al
Ayuntamiento le resulta incómodo este tema de la memoria histórica, anda
temeroso pretendiendo a lo mejor no herir sensibilidades que vivieron muy
cómodas en la dictadura, no acaba de saber qué hacer con nombres de calles vitorianas
dedicadas a alcaldes y obispos franquistas, busca “peros” para justificar, desde mi punto de vista, placas injustificables…
y la que proponen para la cruz es una de ellas. En el texto hay dos
afirmaciones escandalosas:
1.- La cruz es un símbolo exclusivamente
religioso y no político. ¿O sea que en 1951 la religión y la política iban por
diferentes caminos? ¿No era una dictadura nacionalcatólica o me lo estoy
inventando yo y los miles de historiadores que han escrito sobre el régimen
franquista?
2.- La Santa Misión fue un acto exclusivamente
religioso y normal, vamos, como la misa de un domingo.
Quien quiera
puede buscar amplia información en internet sobre esas dos cuestiones, por lo que no voy a
explayarme demasiado. Ahora bien, algunos apuntes nos pueden ayudar a
contextualizar mejor todo este asunto.
“La gran misión de Vitoria (1951). Aquel mecanismo de control religioso-social,
que conocemos para otras épocas con el nombre de Inquisición, desemboca
después de nuestra última guerra (1936-39) en un poderoso mecanismo también
religioso-social con las mismas esencias del siglo XVI, llamado «nacionalcatolicismo».
Dentro, pues, de exultantes cantos, con las mieles del Concordato en torno, se
levantaban otras tantas Misiones populares «de aplauso y amén» para todas las
diócesis.” (Auñamendi).
“A lo largo de quince días de
misión las procesiones habían
transformado en templo toda la ciudad. La noticia se incrementaba con las
cifras siguientes: una suma de 4.000.000 rosarios cantados de la aurora, 360
procesiones eucarísticas y marianas, 200 altavoces, 5.000 carteles murales,
13.200 cartas dirigidas por mí a las familias vitorianas, 70.000 estampas de la
Virgen de Fátima... (¡Como
para salir de casa!) Por la calles los
altavoces vierten himnos de penitencia y llamadas tremendas. Sólo habitan las
calles los micrófonos. Ellos se introducen en el alma de los que han desoído la
llamada de Dios. Las gentes van serias, apesadumbradas. Han sentido el terror y
la atrición. Vitoria vibró enfervorizada
con acentos de penitencia. (Obispo Jose Mª Bueno Monreal 1952).
La palabra
misión significa una actuación extraordinaria por parte de “los enviados de la
iglesia” para conseguir, a lo largo de varios días, una conversión emotiva y
vibrante de los cristianos, especialmente entre aquellos más díscolos y
rebeldes. Tras la guerra civil parece
que la única solución que se le ofrece al pueblo llano, derrotado o deprimido, es
“agarrarse” a la vida a través de la
fe, “invitándole” a acudir en masa a
las iglesias. Los sacerdotes y también, cómo no, la autoridad civil colabora, a
veces no de muy buenos modos (con anuncios de catástrofes apocalípticas o,
incluso, con amenazas de retornar el tormento de la guerra). De esa forma, con
aquellos miedos, el éxito presencial está asegurado.
La finalizad de
la misión, así pues, es contribuir a proceso de recatolización y ello de forma
inquisitorial. Pretende reforzar la labor pastoral de la iglesia católica en
zonas donde la presencia del clero es escasa –no era el caso de Vitoria- o donde se observa una cristianización
deficiente –esto sí puede ser-. Es decir, es una respuesta al proceso de
secularización impulsado por el liberalismo, el republicanismo y el socialismo,
entre otros, lo cual obviamente es una medida política vestida con casulla.
La iglesia
católica vio en la victoria del ejército franquista la oportunidad para llevar
a cabo una profunda re-evangelización de la sociedad, para restaurar
la España católica tradicional, donde la fe y la práctica religiosas
vertebrasen la vida social cotidiana (nacionalcatolicismo).
La misión se
caracteriza por una fuerte movilización de masas en los espacios públicos de
pueblos y ciudades (reconquista
religioso-política), orientada a moralizar la vida pública y lograr el máximo
número de confesiones y comuniones. Tiene una clara voluntad totalizadora. El
tiempo de lo cotidiano queda supeditado al tiempo de lo sagrado. Estos actos
religiosos masivos constituyen una constatación del triunfo de la iglesia a
católica sobre sus enemigos. En algunos casos se llega a la quema pública de libros prohibidos.
“El día fijado para el inicio de la campaña,
los misioneros hacía su entrada solemne en la localidad. Los misioneros se
dirigían hacia la plaza/calle central donde les esperaba una multitud encabezada
por el alcalde y otras autoridades. El alcalde les daba la bienvenida en
nombre de todo el pueblo. La entrada de los misioneros era un acto que ponía
de relieve la estrecha relación existente entre misión y poder político
local. Al compartir el espacio de una tribuna o de un balcón junto a los
misioneros, el alcalde aparecía ante los ojos se sus conciudadanos como
receptor privilegiado del poder sobrenatural del que los misioneros eran
portadores. Y junto al alcalde comparecían también, en idéntica posición de
privilegio, otras autoridades de carácter político, judicial, policial o
militar”. Existe pues una clara
colaboración entre misión y poder político debido a que se trata de un acto que
se organiza por las propias autoridades locales.
Durante los
días de la misión los adultos no bautizados, los que no han hecho la primera
comunión, aquellos que conviviesen con su pareja sin estar casados son
sometidos a una presión constante y abrumadora para que acepten recibir los
sacramentos que les faltan. De este modo, además quedan señaladas públicamente
ante la comunidad. Este recurso a la coerción, obedece a una concepción
totalizante de la religiosidad.
Por otra parte,
la movilización ciudadana en torno a la misión no se logra siempre de manera
espontánea. La acción misional está inspirada por una voluntad fuertemente
totalizadora, se busca que la vida de una localidad entera, sin excepciones,
gire en torno a los actos misionales mientras éstos duren, y para lograr este
fin no renuncian a la coerción. En muchos casos es necesario que el
alcalde convoque previamente a los habitantes de la localidad mediante la
publicación de un bando y la realización de otras acciones informales
destinadas a transmitirles la idea de que el poder político espera de ellos que
asistan masivamente a la llegada de la misión. Se produce de este modo una autentica
simbiosis entre misión y poder político. La misión necesita al poder político para poder llevar a la práctica
una serie de actos religiosos que implican alterar el normal desarrollo de la
vida cotidiana; y el poder político se beneficia, a su vez, de la acción de los
misioneros en la medida que éstos, a través de acciones no explícitas, pero sí
efectivas, vienen a transmitirle una especie de legitimación adicional de
carácter religioso. La alianza entre iglesia y poder político, consustancial a
la naturaleza del régimen franquista, queda de este modo explicitada a través
de la misión. ¿Una cruz en el alto de Olarizu para conmemorar la misión
vitoriana? Conmigo que no cuenten. Mi propuesta es que el Ayuntamiento retire
este monumento de su ubicación actual y restituya el terreno ocupado a nuestro
Concejo.
Koldo Camón Erostarbe
Por mi parte ni cruz ni placas. Terreno del Concejo de MENDIOLA. Espacio de recreo
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