Os habréis dado cuenta (porque es universal) de que cada tres pasos que dais en vuestro pueblo tenéis que esquivar 4 balones. Si sois gente suspicaz, os habréis fijado también en que quienes golpean esos balones son niños, chicos. Esos niños que están aprendiendo a vivir en comunidad y están construyendo su identidad, están entendiendo que el espacio público les pertenece. Les pertenece de tal forma que hay vecinas suyas cambiando la ruta para no arriesgarse a un balonazo. ¿No os suena siniestro? ¿Lo de ir con miedo por la calle y esquivar determinadas zonas y que el espacio público no sea espacio seguro, no os resulta familiar? ¿Chicas?
Prohibir queda feísimo y más prohibir jugar. Parece que un cartel «prohibido jugar a la pelota» es una ranciedad adultocéntrica y me lo parece hasta a mí. Pero lo que me parece más grave es ver a 10 niñas apelotonadas en un banco mientras 4 niños ocupan una plaza entera, y que esos niños, un perfil concreto de niño, los que siguen los mandatos patriarcales con una masculinidad hegemónica impecable, estén sintiendo desde que aprenden a andar, que todo les pertenece. Que su deseo (jugar a fútbol ahora y otros más adelante) está por encima de las características del contexto, del bienestar común y, por supuesto, del deseo de las demás. Las criaturas tienen que poder jugar y tienen que aprender a convivir, y es responsabilidad de las adultas a su cargo educarles y de las administraciones públicas facilitar espacios para ello. ¿Puede alguien remangarse y hacer algo con este tema de una puta vez? ¿O van a seguir mirando a otro lado para no meterse en jardines y perder votos? Es una pregunta seria.
Cuando un balón desaparece de un espacio donde antes gobernaba, se democratiza. Nadie huye porque nadie golpea. Todas cabemos.
«¿Y qué harías si tu hijo…?» Yo ya salgo a la calle con un balón debajo del brazo, con una persona de 5 años hacia la cancha más cercana.
No se pega, no se mea en la puerta de una casa, no se jode a las demás con la pelota.
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